La hiel inyectada, proyectil de hastío en sangre dulce.
¿Puede tentar la suerte a morir en el lecho de hielo?
Quimera de un destino anunciado y destinado.
Ahogado susurro efímero que perdí.
Vago ondea al viento nuestro primer recuerdo,
de lazos apretados entre dudas y cuentos.
Rozar apenas la perfeción pútrida e infecta,
y creer que el cielo esta al alcance de los dedos.
No es razón decirme que ya no me amas.
No es razón coincidir en que nada quedaba.
Hasta la saciedad repetimos que ya no importa.
Así que cierra el cristal de nuestra historia.
Corretea libre el ala que bajo el manto de estrellas conseguí,
brillando entre transparencias de nueva ilusión.
Hoy tengo escasas ganas de rememorar lo que tuvimos.
No me llames para copas vacías.
Besos y abrazos, no vuelvas, no retornes.
Quiero oler el aire fresco del helado invierno,
sin tu hartante dulzura fermentada y estancada.
Basta, y adiós. Lo nuestro fue, y es todo lo que es.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Fantasma llamado pasado
¡Lógico! Ahora que veo sus fotos lo entiendo.
Parece una sirena sacada de un cuento de hadas.
Cabellos rojos que divagan en las sábanas.
De terciopelo escarchada envuelta en bosques.
Te atrae, lo noto, no despojas sonrisa cuando la ves.
¿Pero cuándo? O al menos dime donde la encontraste.
¿Hace mucho que ya no piensas en mí?
Bueno no lo reprocho, yo ya había tirado la toalla.
Los kilómetros eran absurdos y a mares tormentosos.
Tú me engañabas, no lo mientas, no lo contra digas.
Alejabas tu mirada cristalina, pues turbia se volvía.
Yo cuestionaba y tu desaparecías.
Tinieblas y fantasmas ví un sin fin de veces.
Cargada ya de falsas esperanzas tomé rumbo a la verdad.
Te seguí dolida, acompañada de mi creciente soledad.
Mi ceguera no dejó revolver la manta que nos cernía.
Meses y meses y nada se resolvía.
Entonces aquella mañana, durmiendo te encontrabas.
Miré tu bolsillo y la foto reposaba.
Me imaginé mil veces como sería, a que olería.
Vi con claridad la diferencia de anatomías.
Pero te juro que eso fue todo lo que había.
Enfadada tiré dichoso recuerdo y recogí mi maletín.
Salí sin decir nada olvidando mi móvil bajo la cama.
Media hora más tarde eche en falta poder llamarte.
Me mortificaba la idea de mal juzgarte.
Aún a conciencia de saber que llegaba tarde fui a verte.
Llovía pero el paragüas hizo su labor y me protegió.
Corrí escaleras arriba, el ascensor no llegaba.
De los nervios se me cayeron las llaves del bolso.
Encaje el manojo en la cerradura y abrí imperceptiblemente.
Dentro olía a café y a un perfume que no era mío.
Fui consciente de las dos voces, una era tuya.
Fui caminando despacio tocando paredes de color marfil.
Oía risas y escuché un te quiero. Entonces las voces cesaron.
El sonido de unos besos me destrozaron.
No sabía si salir huyendo o afrontar esta cobardía.
Retrocedí en el tiempo a recordar la primera vez que nos vimos.
Fui feliz por un instante que desbordó una lágrima.
La luz tenue cubría parte de la cama.
Reposaba sobre tí su alma y su pelo rojo como el fuego.
Me miraste de soslayo y creo que percibí terror.
Me quedé desencajada y helada. ¡Era mi cama!
Os despegasteis el uno del otro, ella tapándose bajo la manta.
Reconocí tus dolientes labios moverse frenéticamente.
Solamente pude coger mi móvil y desaparecer.
Fueron unas cien llamadas perdidas y unos tantos mensajes de texto.
Yo estaba sentada mirando las golondrinas.
Las seis y veinte en el reloj. Tu turno era en quince minutos.
Cogí un taxi y volví.
El piso parecía cubierto de más polvo que de costumbre.
Había ropa tirada en el rellano y café por la encimera.
La habitación con la cama deshecha daba fin a mi problema.
Cogí mi maleta y guardé las cuatro cosas que no me habías regalado.
Tiré todo lo que yo te había comprado.
Hasta corte esos pantalones que tanto te gustaban.
Me fuí y no miré más atrás.
Dime una cosa pasado, después de todo este relato... ¿aún te atreves a preguntar que me ha amargado?
Parece una sirena sacada de un cuento de hadas.
Cabellos rojos que divagan en las sábanas.
De terciopelo escarchada envuelta en bosques.
Te atrae, lo noto, no despojas sonrisa cuando la ves.
¿Pero cuándo? O al menos dime donde la encontraste.
¿Hace mucho que ya no piensas en mí?
Bueno no lo reprocho, yo ya había tirado la toalla.
Los kilómetros eran absurdos y a mares tormentosos.
Tú me engañabas, no lo mientas, no lo contra digas.
Alejabas tu mirada cristalina, pues turbia se volvía.
Yo cuestionaba y tu desaparecías.
Tinieblas y fantasmas ví un sin fin de veces.
Cargada ya de falsas esperanzas tomé rumbo a la verdad.
Te seguí dolida, acompañada de mi creciente soledad.
Mi ceguera no dejó revolver la manta que nos cernía.
Meses y meses y nada se resolvía.
Entonces aquella mañana, durmiendo te encontrabas.
Miré tu bolsillo y la foto reposaba.
Me imaginé mil veces como sería, a que olería.
Vi con claridad la diferencia de anatomías.
Pero te juro que eso fue todo lo que había.
Enfadada tiré dichoso recuerdo y recogí mi maletín.
Salí sin decir nada olvidando mi móvil bajo la cama.
Media hora más tarde eche en falta poder llamarte.
Me mortificaba la idea de mal juzgarte.
Aún a conciencia de saber que llegaba tarde fui a verte.
Llovía pero el paragüas hizo su labor y me protegió.
Corrí escaleras arriba, el ascensor no llegaba.
De los nervios se me cayeron las llaves del bolso.
Encaje el manojo en la cerradura y abrí imperceptiblemente.
Dentro olía a café y a un perfume que no era mío.
Fui consciente de las dos voces, una era tuya.
Fui caminando despacio tocando paredes de color marfil.
Oía risas y escuché un te quiero. Entonces las voces cesaron.
El sonido de unos besos me destrozaron.
No sabía si salir huyendo o afrontar esta cobardía.
Retrocedí en el tiempo a recordar la primera vez que nos vimos.
Fui feliz por un instante que desbordó una lágrima.
La luz tenue cubría parte de la cama.
Reposaba sobre tí su alma y su pelo rojo como el fuego.
Me miraste de soslayo y creo que percibí terror.
Me quedé desencajada y helada. ¡Era mi cama!
Os despegasteis el uno del otro, ella tapándose bajo la manta.
Reconocí tus dolientes labios moverse frenéticamente.
Solamente pude coger mi móvil y desaparecer.
Fueron unas cien llamadas perdidas y unos tantos mensajes de texto.
Yo estaba sentada mirando las golondrinas.
Las seis y veinte en el reloj. Tu turno era en quince minutos.
Cogí un taxi y volví.
El piso parecía cubierto de más polvo que de costumbre.
Había ropa tirada en el rellano y café por la encimera.
La habitación con la cama deshecha daba fin a mi problema.
Cogí mi maleta y guardé las cuatro cosas que no me habías regalado.
Tiré todo lo que yo te había comprado.
Hasta corte esos pantalones que tanto te gustaban.
Me fuí y no miré más atrás.
Dime una cosa pasado, después de todo este relato... ¿aún te atreves a preguntar que me ha amargado?

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