martes, 18 de septiembre de 2012

Añoranza

Caminando por verdes prados con el latido de mi corazón,
visualizo las flores y puedo oler la hierba fresca.
Aún queda en la punta de los árboles el rocío,
recuerdo del helado invierno.

Voy paseando con un vestido largo.
Las botas que acarician la punta de mis dedos,
no dejan pasar el helor, pero aún, cuando no es así,
un ligero temblor atraviesa mi cuerpo.

El faro que ya apenas proyecta luz,
es bañado por el suave vaivén de las olas.
Todo esta en calma en esta mañana de enero.
La arena brilla suave con la luz del sol venidero.

Me quito las botas pero me dejo puesto los calcetines,
tengo algo de frío y me acurruco entre el calor de mi jersey.
Es azul, y contrasta con el agua y mi vestido.
El tacto es suave y delicado, como el mismo rocío.

Los tablones de madera dan paso al puerto,
me deslizo con rumbo fijo, descalza, creo que desvarío.
El puerto que antaño de barcos se llenaba,
hoy fantasma, solo queda mi alma y mi barca.

Una lágrima pronta y certera resbala por mi mejilla.
Cae, se deja ir y acompaña a la mar.
Va y viene la ola, se mezcla la sal.
Quizás el viento hasta a tí la haga llegar.

Miro el horizonte, amanece sin cesar.
Estoy temblando, pero ya no de frío.
Veo que hoy tampoco tu barco ha venido.
Solo me queda esperar a que mi puerto ya no este vacío.


HADA.

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