Don Braulio era carpintero, de origen humilde machacaba madera y manos.
De oficio juguetón, cariñoso e inflexible, marcaba las pautas y ritmo.
No había como él, raudo caballero, puntual en hora y tiempo.
Dejó atrás años, de duro trabajo, anhelando recuperar lo perdido.
¡Ah! Esos vinos compañeros de los viajes, alegre despreocupación.
Don Braulio se enamoró de la vida, del saber, de sus retoños, del que hacer.
- ¡Ea pues!, Don Braulio, ¿qué hace sentado?
- Don Cosme son los 90 que ya me aprietan. Tenga lea el diario.
- La vista no la tengo decente. Vea Ud. señor mío las gafas que llevo. ¿No nota las dioptrías?
- ¡Ay! Don Cosme, esta Ud. sordo, y yo ciego... que son 90 le digo. 90 cada día en este banco me siento.
A lo lejos, pequeña y saltarina, la pequeña Ada se avecina.
- Abuelo, solo tenían estas gallinitas. Yo quería de las rellenas de dulce de fresas.
- Adita, ¿Si querías las de dulce de fresa, de que son estas?
- De Dulce abuelo... de dulce.
Don Braulio amante del recuerdo, amante de sus retoños,
acompaña a su Adita hasta casa.
- ¡Las 7.20 mamá! ¿Dónde esta el abuelo? Llego tarde a la escuela.
¡Ay Adita!, Don Braulio, no había como él.
Raudo caballero, puntual con el tiempo.
Ahora queda atascado en el tiempo, un banco vacío y Don Braulio en el cielo.